La gran ironía

Una buena amiga me contó hace mucho tiempo una pequeña historia, que era más o menos así: su padre, ya muy mayor, padecía desde hace años una enfermedad en un pie que le obligó a estar durante años en tratamiento continuo. Llegada una de las revisiones, su médico de siempre no se encontraba disponible y lo atendió un sustituto que, al ver su estado, le dijo que el pie se encontraba en muy mal estado y que debía ser amputado de inmediato. Mi amiga, sorprendida, prefirió esperar a la vuelta del médico que siempre le había atendido para preguntarle por qué no le había dicho nada. La respuesta del médico fue: "si amputamos tendrá que recuperarse de la intervención, pasar una rehabilitación y adaptarse a una nueva forma de vida, pero su padre se encuentra muy mayor y probablemente sea peor el remedio que la enfermedad".

La salud desde una perspectiva global

Así que la salud no es solo física, sino "un completo bienestar físico, mental y social", según la OMS. Cuando tomamos decisiones sobre nuestra salud, convendría que lo hiciéramos desde una perspectiva global, como el médico de mi amiga, yendo más allá de aquello que nos preocupa y tan lejos como sea posible: desde el individuo hasta la sociedad entera. ¿Exagero? Veamos un ejemplo de lo lejos que podemos llegar: un importante estudio del Departamento de Salud Pública de la Universidad de Alicante demuestra una relación directa entre el grado de democracia de un país y la salud de sus habitantes. En otras palabras, que los ciudadanos de países democráticos tienen mayor esperanza de vida y menor tasa de mortalidad infantil que los países en dictaduras.

Según la OMS, una de cada tres personas acabará desarrollando una sordera si supera los 65 años de edad. Teniendo en cuenta que la esperanza de vida en España es de 83 años según datos del Banco Mundial (gráfica abajo), esto suena a que será mucha gente mayor. No en vano, ya actualmente un 71% de la población con sordera en España es mayor de 64 años.


¿Qué pasa al perder la audición en la edad adulta?

Goya perdió la audición a los 47 años. Alguien podría decir: "sí, pero esto ocurrió hace casi 200 años, cuando entonces no había los conocimientos médicos de ahora". De acuerdo, pensemos en alguien más reciente: Brian Johnson, el cantante del famoso grupo de rock AC/DC, que este año tuvo que retirarse por riesgo de sordera. Ahora alguien podría alegar: "bueno, Brian tiene 69 años, ha superado los 65 años de los que hablaba la OMS". Sí, es cierto que la sordera tiene una incidencia mayor en edades avanzadas, pero ¿qué me dices del atleta olímpico Greg Rutherford, oro en 2012 en salto de longitud que ahora tiene 29 años? ¿O de J'den Cox, atleta olímpico en Río 2016 de 21 años que empezó a perder la audición a los 19?

Sí J'den lo desea, puede recurrir a cualquiera de las opciones tecnológicas o médicas actuales para intentar recuperar la audición. Es su decisión personal. Lo haga o no, otra diferencia importante respecto a Goya se encuentra en que J'den ya sabía lengua de signos americana antes de perder la audición, así que posiblemente se encuentre más preparado para cualquier eventualidad respecto a su nueva situación personal. Al fin y al cabo, ¿qué mal hace la lengua de signos?

Lo que dice la ciencia

No existe ninguna investigación que pruebe que la lengua de signos perjudique en modo alguno el desarrollo de ninguna persona. De hecho, son numerosos los beneficios. No vamos a extendernos aquí, pero baste recordar que cada vez más niños oyentes de padres oyentes, es decir, sin ninguna pérdida auditiva mediante, utilizan la lengua de signos para una comunicación temprana cuando todavía no han alcanzado la madurez del aparato fonoarticulador, desde los 4-6 meses de edad. Aunque se han descubierto las ventajas de la lengua de signos en bebés oyentes hace tiempo, la película "Los padres de él" lo popularizó aún más:


Sin embargo, toda la ciencia que está detrás de la lengua de signos para bebés oyentes parece no servir para bebés sordos en España, irónicamente hablando, claro. Porque en España algunos profesionales y organizaciones sugieren, de forma muy sutil, no utilizar la lengua de signos con las niñas y niños sordos. De forma muy sutil, insisto. Tenemos un ejemplo reciente en prensa: una organización de familias de la Comunidad Valenciana dijo al periódico La Vanguardia el pasado mes de mayo lo siguiente:

"La gran mayoría de las personas sordas no comunican en lengua de signos simplemente porque no la necesitan, ya que pueden comunicarse en lengua oral, como el resto de la sociedad que les rodea"

Hay que añadir que esta frase se decía en defensa de los implantes cocleares para el desarrollo de la lengua oral, una defensa del todo lícita, pero resulta bastante obvio que, si conocemos esta organización y leemos el artículo, dicha organización no va a recomendar la lengua de signos, ¿verdad? No les importa que todas las investigaciones señalen que la lengua de signos es beneficiosa para el desarrollo de la lengua oral. Tampoco les importa que también sea beneficioso para las personas oyentes. De nuevo, la pregunta es: ¿qué mal hace la lengua de signos?

La gran ironía

Es lo que en Estados Unidos han venido a llamar "la ironía más grande", que yo prefiero llamar simplemente la gran ironía y que han ilustrado con una famosa viñeta:

La más grande ironía: izquierda, bebé sordo; derecha, bebé oyente (ilustración: Moeart)

Así que la respuesta a la pregunta es: ninguno. La lengua de signos no hace ningún mal. No perjudica ni el desarrollo lingüístico ni el desarrollo intelectual ni el académico ni de ningún tipo. No hay ninguna investigación que pruebe que la lengua de signos sea perjudicial y sí muchas investigaciones que concluyen en beneficios. Entonces me surge una nueva pregunta: ¿Qué razón fundamentada podría tener alguien para no recomendar la lengua de signos en la educación de las personas sordas?




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