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El experimento de Asch y la teoría de la espiral del silencio
Existen muchos experimentos sobre el efecto de la presión social, la sumisión a la norma y la conformidad ante el grupo, pero ninguno más fácil de entender que el experimento de Asch.
Solomon Asch fue un prestigioso psicólogo estadounidense que en los años 50 llevó a cabo un experimento para probar la conformidad social. Fue tan simple como mostrar varias líneas y pedir a un grupo de 7 a 9 personas que dijeran cuál de ellas tenía la misma longitud que otra. Todas las personas del grupo eran cómplices del experimentador, menos una que era la "víctima". El experimento demostró que casi el 37% de las veces, la víctima se dejaba llevar por la opción incorrecta elegida por las cómplices, aún sabiendo claramente que el grupo se equivocaba. Con este vídeo se entiende mejor:
El experimento revela que "la gente negará lo que ve y se someterá a la presión del grupo". Así, en el imaginario colectivo persiste la idea de una sociedad formada por hombres y mujeres blancas, que se casan, compran un piso, un coche y tienen hijos. La realidad es que la sociedad es enormemente heterogénea, con millones de personas solteras, de color, de distintas orientaciones sexuales, que optan por alquiler o que no pueden comprar un piso, no tienen coche y deciden no tener hijos.
Este imaginario colectivo es perpetuado por los grupos de poder, los productos de consumo y los medios de comunicación, sumiéndose en una "espiral del silencio" en la que "la opinión pública es una forma de control social en la que los individuos adaptan su comportamiento a las actitudes predominantes sobre lo que es aceptable y lo que no". La espiral del silencio es un concepto acuñado por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann por la que "la sociedad amenaza con el aislamiento a los individuos que expresan posiciones contrarias a las asumidas como mayoritarias". Según Díaz Hernández (Hipertextual), este comportamiento "tiene su origen a nuestro natural temor al aislamiento, que podría darse si expresáramos opiniones percibidas como minoritarias".
Algo similar ocurre con la lengua de signos. Por razones históricas (algunas de ellas mencionadas en la parte 1 de esta serie de artículos), hemos llegado a la sociedad actual en la que el oralismo y la oralización marcan el imaginario colectivo. Se ha perpetuado hasta la saciedad que el "90% de las personas sordas son oralistas y solo el 10% usan la lengua de signos", con lo que el único camino posible es el oralismo. Oponerse al oralismo es oponerse al 90% de la población y, como hemos visto, es muy difícil oponerse a la presión social. Y las personas que optan por la lengua de signos muchas veces son acusadas de gueto o de "auto-marginarse" (la amenaza del aislamiento predicha por la espiral del silencio).
Todo esto conduce a un estigma sobre la sordera que se traslada incluso a las familias. Un reciente estudio de 2015 revelaba que un 33,3% de las madres de niños/as sordos/as sentían vergüenza de sus hijos/as y un 24,4% recibieron alguna vez miradas extrañas o burlonas (Ebrahimi 2015). Sí, la presión social para ocultar la sordera existe y la lengua de signos debe entonces invisibilizarse para no sufrir esta vergüenza.
Fuentes:
- Asch, S. E. (1956). Studies of independence and conformity: I. A minority of one against a unanimous majority. Psychological monographs: General and applied, 70(9), 1. En línea: http://psyc604.stasson.org/Asch1956.pdf [último acceso: 27/09/2018]
- Ebrahimi, H., Mohammadi, E., Mohammadi, M. A., Pirzadeh, A., Mahmoudi, H., y Ansari, I. (2015). Stigma in mothers of deaf children. Iranian journal of otorhinolaryngology, 27(79), 109. En línea: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4409955/ [último acceso: 29/09/2018]
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